Células Madre. El experimento

Células Madre. El experimento

Células Madre. El experimento

Se reunieron en secreto como lo habían hecho otras veces. Lo habían decidido así después del extraño accidente que había terminado con la vida de  Ernesto, uno de los compañeros que había participado en el experimento de las células madre.

No hubo funeral. Ni siquiera se supo donde le habían enterrado. Ernesto no tenía familia, como casi todos los seleccionados para aquel ensayo. Al parecer la organización se hizo cargo de todo lo relacionado con su funeral, pero se negaron a dar ninguna información al grupo. Lo cual causó más aprensión en ellos.

Se enteraron al no poder localizarlo. No salió en las noticias, pero lograron encontrar el accidente en internet. Lo cierto es, que no se decía gran cosa. Lo que  hizo saltar todas las alarmas fue el secretismo que lo rodeaba. El que ninguno de ellos supiese que estaba haciendo en esa autopista tan lejos de su casa. Y sobre todo….. ¿cómo era posible que en  el artículo dijeran que conducía bajo los efectos del alcohol, cuando todos sabíamos que él era el único del grupo que no probaba ni una gota?

Aquello hizo que todos se volvieran algo paranoicos en lo que respectaba a la organización en donde se llevaron a cabo los experimentos.  Y por ello, cuando querían reunirse en secreto se enviaban unos mensajes con codificados que solo ellos podían entender.

Pero lo que hizo que pasaran de una sospecha a el terror, llegó unos meses más tarde. Con el segundo accidente mortal. Otra de los participantes en el experimento de las Células Madre fue atropellada y falleció en el acto. ¿Qué posibilidades había de que dos de los participantes hubieran fallecido con tan solo dos meses de diferencia?

Células Madre. El experimento

La noticia llegó cuando Raquel se encontraba con varios amigos disfrutando de la noche en una discoteca. Allí se encontraban también varios del grupo del experimento, ya que habían adquirido un vínculo muy fuerte entre ellos, y casi siempre estaban juntos. Un  mensaje sonó en su móvil llamando su atención, y al mirarlo, le cambió el semblante en el rostro. Salió de la pista de baile nerviosa en busca de sus compañeros. La música se hizo más ensordecedora y la oscuridad más densa y de repente se sintió desorientada.  Mientras daba vueltas confusa y  sin rumbo , alguien la agarró por la espalda. Era  Alfredo. El también había recibido el mensaje y trataba de encontrarla.

_ ¿Tú también lo has recibido? Preguntó Raquel sin ocultar su preocupación. Alfredo asintió con la cabeza.

«Tenemos que quedar ha vuelto a ocurrir» rezaba el mensaje junto con una hora y una dirección. 

_ ¿Sabes dónde está Gerardo? Preguntó Raquel mirando en rededor.

_ La última vez que lo he visto estaba en la barra con una preciosidad. Respondió mientras la agarraba del brazo para ir a avisarle.

Siempre quedaban el lugares distintos, y esta vez fue en el sótano de un restaurante que resultó ser de un amigo de Fernando.

Cuando Raquel llegó, ya estaban allí todos. Todos menos Elena. Echando un vistazo pudo observar las caras de disgusto que todos tenían. Y se percató de que faltaba su amiga: Elena.  Y su mal presentimiento se convirtió en una realidad.

_ ¿Dónde está Elena? Preguntó con un gesto de dolor por lo que ya adivinaba.

Patricia se acercó a ella entre sollozos. _ Fuí a buscarla a su casa esta mañana. Habíamos quedado para entrenar. Desde entonces estoy tratando de localizarla sin éxito. Por eso os he estado llamando a todos. Al final he encontrado esto en internet. Dijo mostrando su móvil.

Era el mismo patrón. Tan solo un nombre y pocas explicaciones. Fue atropellada y falleció sin que los equipos de emergencias hubieran podido hacer nada por ella. Y al igual que con Ernesto, ni en hospitales ni funerarias sabían nada de ella.

_ Tenemos que ir a la policía. Concluyó Raquel tajante. 

Todos se miraron sin saber qué decir. A fin de cuentas habían firmado un contrato de confidencialidad. Y si acudían a las autoridades tendrían que explicarlo todo.

Dos años antes

_ Buenas tardes Raquel. ¿Cómo te encuentras? Le preguntó la doctora mientras ojeaba su solicitud.

_ Dime, ¿por qué has decidido participar en este ensayo?

Raquel, meditó unos segundos. _ Le seré muy sincera. Comenzó. A mi edad me está resultando imposible encontrar trabajo. No puedo sobrevivir con el subsidio que me da el gobierno y estoy viviendo en un cuchitril, el cual, ni siquiera puedo permitirme. _ Suspiro y miró al suelo un tanto avergonzada y continuó: ya debo seis meses al casero. ¡No sé qué va a pasar! Meneó ligeramente la cabeza en señal de desesperación. _ Lo cierto es que no he sido a hormiguita trabajadora que ha pensado en el futuro y ahora parece que mi tiempo se ha agotado y me encuentro en una preocupante situación. Pase lo que pase, con lo que pagais aquí puedo proporcionarme una mejor situación para lo que me quede de vida. Concluyó con una esperanzada sonrisa en su rostro.

La doctora forzó una torcida sonrisa y continuó muy seria.

_ Sabe que el experimento conlleva  unos riesgos.

_ Sí, dijo Raquel. Lo he leído: «No se hacen responsables de los posibles efectos secundarios incluida el fallecimiento» Citó textualmente. Y estoy dispuesta a correr el riesgo. Dijo con firmeza.

_ Veo que está usted muy convencida. La doctora ya miraba a Raquel con un tono más distendido. _ ¿Sabe usted de que se trata el experimento?

_ Sé que es un experimento cosmético, que rejuvenece a partir de células madre y poco más.

 _  Sí, en resumen es eso. Empezaremos tomando una pastilla diaria durante la primera semana. Tendrá que venir aquí todos los días para que podamos observar la evolución. Después subiremos la dosis y tendrá que ingresar en uno de nuestros centros durante tres meses. ¿Está dispuesta?

Raquel asintió con la cabeza. Y la doctora con una sonrisa y alargando el brazo para ofrecerle la mano dijo: _ ¡Bienvenida al equipo! 

Aún así, Raquel tuvo que hacer una declaración en vídeo diciendo exactamente lo mismo que había firmado. 

 

Células Madre. El experimento

La primera semana de tomar el medicamento empecé a sentirme mejor día tras día. Aún no seguía en mi casa, pero tenía que ir todos los días a la clínica. Me veía mejor cara, ya no necesitaba ponerme siempre  las gafas, me notaba con más energía y cosas por el estilo.

Transcurrida esa semana tuvimos que ingresar en la clínica, tal y como habíamos quedado. Yo estaba encantada. Para mí era como estar de vacaciones. Aquello era más parecido a un hotel de lujo que en una clínica. Un lugar bonito y espacioso donde estábamos atendidos por un servicio complaciente que nos mimaba en todo momento. Podíamos pasear por sus amplios jardines, teníamos una gran biblioteca donde poder leer, televisión en las habitaciones y hasta tenían un gimnasio  donde poder hacer deporte. La comida era excelente, no nos privaban de nada, y hasta  nos   permitían beber alcohol y fumar, ya que el experimento era para ver la reacción en todo tipo de estilos de vida. Hacía mucho tiempo, tal vez, si había estado en hoteles de lujo. Pero eso fue hace mucho y ya no pensé que tendría la oportunidad de volver a disfrutar de algo parecido. Me sentía realmente afortunada. Pero, a pesar de todo ello, eso tan solo era una ínfima parte de lo que nos esperaba.

Después de ser instalada en mi habitación por un guapísimo enfermero, pasamos a un salón donde todos los participantes tuvimos que presentarnos. Éramos un grupo de seis personas, todas  comprendidas en edades de entre cincuenta y setenta años. 

El primero en presentarse fue Alfredo. Alfredo era un hombre de unos cincuenta y tantos años. Muy atractivo. Alto, delgado, de aspecto cuidado, pelo canoso y gafas. Se podía decir que, pese a su edad, era una persona que llamaba la atención nada más verlo. Además se le veía simpático y muy resuelto.

Me imagino, que al igual que yo, todos sentían una gran curiosidad por el resto del grupo que iba a participar en aquel secreto experimento. 

Células Madre. El experimento

El siguiente fue un tal Ernesto. Nos dijo que tenía 58 años, pero aparentaba muchos más. Además su forma de ser y de vestir tampoco le ayudaban. Pensé que nos habían elegido a todos por tener una muy buena genetica. Pero…. al parecer, no era así. Ernesto nos contó que no tenía familia. Que había sido profesor de instituto toda su vida. Y que se vio obligado a dejarlo cuando cerraron el centro donde trabajaba.

Una mujer bastante guapa, en otro tiempo tuvo que ser un bellezón, dijo llamarse Elena. Parecía muy discreta y no quiso contar nada de su vida. Solo nos dijo su nombre y que estaba muy contenta de poder participar en el ensayo. Por algún motivo no me cayó bien, me resultaba estirada. Y sin embargo llegamos a ser grandes amigas.

Luego habló otra mujer que dijo llamarse Patricia. Llamaba la atención que estaba entradita en carnes y su tono de voz era el de una niña pequeña.  Era muy dicharachera y parecía simpática. Por lo demás, nos contó que estuvo mucho tiempo casada a la sombra de su marido. Ella nunca supo a que se dedicaba y cuando falleció descubrió que tan solo podía contar con un montón de deudas. Aunque lo intentaron, jamás tuvieron hijos. Parecía muy inocente, y seguramente lo era. 

Y por último, sin contarme a mí, se presentó un tal Fabio. Un latino, que pese a su edad, era el típico ligoncete que aprovechaba cualquier oportunidad para ligar con cualquiera que llevara falda. Yo lo supe nada más llegar a la clínica, ya que me crucé con él y se me puso en plan meloso. ¡Uf! ni siquiera suspiré, demasiado empalagoso para mí. Dijo haber sido médico, aunque yo no le creí. Más bien parecía un pandillero con bastantes añitos.

En cualquiera de los casos, esos serían  mis compañeros durante tres meses y tendría que aceptarlos me parecieran lo que me parecieran. Así que, lo mejor era intentar llevarme bien con todos para que la estancia en aquel lugar fuera lo más tranquila posible.

 

 

A partir de ese momento todo comenzó a ir más deprisa.  Tal vez porque la medicación fue en aumento o porque estaban en un momento del proceso de mayor celeridad. Lo cierto es que si en la primera semana empezamos a notar pequeñas mejoras, a partir del ingreso en la clínica el proceso de invertir el paso del tiempo se aceleró de forma vertiginosa. Cada día que se levantaban se sentían y veíamos más jóvenes.

Las facciones del rostro empezaron a levantarse como por arte de magia. Arrugas, marcas en la piel, lunares o verrugas desaparecieron por completo de un día para otro. Todos empezamos a perder peso al tiempo que sus cuerpos se volvían más firmes y definidos.

No cabía la menor duda, el proyecto estaba siendo un rotundo éxito. Había superado todas las expectativas. Hasta los científicos estaban impresionados con los resultados del experimento. Los ocho sujetos que componían el grupo estaban rejuveneciendo vertiginosamente. Cada día que se levantaban se veían más jóvenes y en consecuencia más atractivos.

Sus cuerpos cambiaban y eso hacía que también cambiase su actitud, su forma de comportarse. Cada vez tenían más energía y eso hacía que tuviesen más ganas de reír y divertirse. Empezaron a nadar y hasta jugar en el agua. Ivan al gimnasio con mucha frecuencia y ya no dormían tanto. Al contrario, no solo dejaron de hecharse la siestas, sino que además se quedaban charlando hasta altas horas de la madrugada.

Una de las noches alguien propuso colarse en la cocina a ver si encontrábamos algo de alcohol y así lo hicieron. Como no eran, ni mucho menos, niños ni tampoco estaban enfermos se les servía vino o cerveza en las comidas, pero, en ese momento, querían algo un poco más fuerte.

_ ¿Por qué no miramos en la cocina a ver si encontramos alguna botella de alcohol y nos ponemos unas copitas? Dijo Gerardo que era el más revoleras del grupo.

_ Puede que ahora os sintáis muy jóvenes, pero os recuerdo que ya tenemos unos añitos para hacer el gamberro. Contestó Ernesto, que además de que no le gustaba beber, era un tanto aguafiestas. 

Sin embargo, el resto del grupo que ya estaba algo «contentillos» por el vino, decidió poner el plan de Gerardo en marcha. 

_A fin de cuentas, ¿que nos podía pasar? ¿A caso van a regañarnos? Dijo Alfredo en tono burlón.

El resto se echó a reír y Gerardo con cara de pícaro, sonrió y se coló tras de la barra en busca de unas copichuelas.

Desde el primer día que llegamos todos a la clínica Gerardo resultó ser del grupo algo macarrilla y bastante ligoncete

 

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